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domingo, 16 de agosto de 2009

Las puertas del armario y las olas de la mar


Aquí una nueva columna escrita para la columna de Soy,
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-926-2009-08-16.html

primeiro em lingua argentina, e abaixo em brasileira


Texto y foto : marian pessah

Hace unos días recibí un correo electrónico. Sin firma. Una mujer, - que a partir de ahora llamaré Marcela - me “pedía ayuda desesperada”. Le gustan las mujeres pero no se atreve a asumirse lesbiana, de hecho, esta palabra ni siquiera asoma en todo el e-mail. Me cuenta que se identifica con cosas que escribo y eso la anima a conversar conmigo.

Me pregunto qué es lo que hace, que en determinado momento, nos animemos a abandonar las jaulas sociales; quebremos los barrotes del miedo; desafiemos las amenazas de “no saber lo que nos pueda pasar”; para libertarnos de todo esto y hasta, en algunos casos, nos hagamos activistas y nos tatuemos hasta los brazos con símbolos de libertad.
Hace un rato, mientras hacía mi caminata en el parque, entre vuelta y vuelta veía a dos chicas que no llegarían a los 18 años. Se besaban apasionadamente, reían y conversaban sin preocupación de ser vistas. ¡Qué lindo! Yo sentía complicidad al verlas, aunque tácita. Es común en Porto Alegre – ciudad en la que vivo –ver chicas de manos dadas. Lo difícil, es encontrar esta pasión al pie de un árbol, más aun en épocas de gripe A, que las clases están suspendidas y los días parecen tardes de domingo.

Marcela cree identificarse conmigo, con la que hoy habla, la que escribe. Lo que ella desconoce, es que yo también me tragaba las palabras, escondía mis miedos y fui durante años, la rara, la misteriosa, la asexuada. Hasta que llegó un momento en el que no aguanté más el sufrimiento del silencio, de la soledad, la presión de tantas palabras atoradas en mi garganta. Y fui un volcán en erupción.
Así comencé mi activismo, fue el canal que encontré para empezar a sacar tantas palabras, conocer otras mujeres y lesbianas con las que podía identificarme. Al ir escuchándome, pude darle existencia a mis sentimientos, ellos iban saliendo a la luz y se iban revelando ante mis ojos.
Me quedé sorprendida el día que vi la expresión del rostro de mi hermana, cuando luego de una confesión, muy tímida y en voz bajita, le contaba que me gustaban las mujeres. Ella me miró con su mejor pregunta y me dijo, ¿y? ¿cuál es el problema?

En Brasil desde hace unos años, el 29 de agosto es el día nacional de la visibilidad lesbiana. Nuestro grito deja su huella en el calendario, la existencia lesbiana está viva y hablando, expresándose, caminando. Rompiendo silencios, como nos decía Audre Lorde.

Ojalá esta fecha animara a todas las Marcelas que aún están en la oscuridad de tantos armarios, siendo tragadas por los agujeros negros de donde no llegan las palabras, ni la voz, ni la visibilidad, puedan animarse a romper las barreras del miedo, a salir de tantos lugares no deseados. A vivir.
Algunas hemos descubierto que el mayor cautiverio, es el propio, el que está adentro nuestro. No estoy negando que haya familias que lo toman mal, a mi madre no le fue fácil, pero vivimos juntas el proceso de asumirnos, yo lesbiana, ella, madre de.
Años más tarde, una de mis tías me contaría una charla entre mi abuela, ¡la bobe judía! y mi padre. Ella – mujer de ochentitantos años - le preguntaba qué cosa lo ponía tan mal, cuál era el problema, si yo era una chica feliz. Y eso era lo que importaba.

Nunca me arrepentí de haber abierto las puertas del armario, al contrario, si pudiera volver atrás, lo haría antes.

Pienso que hasta la propia mar, a veces, se cansa de sus olas. Es parte de nuestro andar. Pero siempre está el momento en que podemos descansar y hacer la plancha.
Marcela, mar, ¿vamos juntas a nadar?

As portas do armário e as ondas do mar

Texto e foto: marian pessah

Faz uns dias recebi um correio eletrônico. Sem assinatura. Uma mulher - que a partir de agora chamarei de Marcela - me “pedia ajuda desesperadamente”. Ela gosta de mulheres, mas não se atreve a se assumir como lésbica. De fato, essa palavra nem aparece em todo o e-mail. Me conta que se identifica com o que escrevo e que isso a anima a conversar comigo.

Me pergunto o que determina que, num determinado momento, nos animemos a abandonar as gaiolas sociais, quebrar os barrotes do medo, desafiar as ameaças do “não saber o que nos possa acontecer”, para nos libertar de tudo isso e até, em alguns casos, nos tornar ativistas e nos tatuar até os braços com símbolos da liberdade.

Quando fazia a minha caminhada no parque, entre volta e volta, observava duas meninas que não teriam mais de 18 anos. Se beijavam apaixonadamente, riam e conversavam sem preocupação de serem vistas. Que lindo! Eu sentia certa cumplicidade, embora tácita, ao vê-las. É comum em Porto Alegre ver meninas de mãos dadas. O difícil é encontrar tanta paixão ao pé de uma arvore, mais ainda, em épocas de gripe A, em que as aulas estão suspensas e os dias parecem tardes de domingo.

Marcela acredita se identificar comigo, com a que hoje fala, a que escreve. O que ela desconhece é que eu também engolia as palavras, escondia meus medos e que fui, durante anos, a rara, a misteriosa, a assexuada. Até o momento em que não agüentei mais o sofrimento do silêncio, da solidão; a pressão de tantas palavras engasgadas na minha garganta. E fui um vulcão em erupção.
Assim comecei meu ativismo, foi o canal que encontrei para começar a expulsar tantas palavras, conhecer outras mulheres e lésbicas com as quais podia me identificar. Enquanto escutava, conseguia dar existência aos meus sentimentos, eles iam saindo a luz e se revelando ante os meus olhos.

Fiquei surpresa o dia em que vi a expressão do rosto da minha irmã, quando logo depois de uma confissão, muito tímida e em voz baixinha, contei que gostava de meninas. Ela olhou para mim com sua melhor pergunta e me diz: e daí? Qual é o problema?

No Brasil, faz alguns anos, o 29 de agosto é o dia nacional da visibilidade lésbica. Nosso grito deixa sua pegada no calendário, a existência lésbica está viva e falando, se expressando, caminhando. Rompendo silêncios, como nos dizia Audre Lorde.

Tomara que essa data anime a todas as Marcelas que ainda estão escondidas dentro tantos armários, sendo engolidas pela escuridão onde não chegam as palavras, nem a voz, nem a visibilidade, possam se animar a romper as barreiras do medo, a sair de tantos lugares não desejados. A viver.

Algumas temos descoberto que a maior prisão é a própria, a que está dentro de nós. Não estou negando que muitas famílias levem “a coisa”. Para minha mãe, não foi fácil, mas vivemos juntas o processo de nos assumir, eu lésbica, ela, mãe de.
Anos mais tarde, uma das minhas tias me contaria uma conversa entre a minha avó, a bobe judia!, e o meu pai. Ela – mulher de oitententetantos anos - lhe perguntava que coisa lhe fazia tão mal, qual era o problema, se eu era uma menina feliz. E isso que contava.

Nunca me arrependi de ter aberto as portas do armário. Como canta Ana Carolina, prefiro sempre, sempre correr o risco.

Penso que até o próprio mar, as vezes, se cansa das suas ondas. Faz parte de nosso andar. Mas sempre existe o momento em que podemos boiar e descansar.
Marcela, mar, vamos juntas nadar?




terça-feira, 11 de agosto de 2009

em rebeldia - da bloga ao livro

C O N V I T E


Olá pessoas! Como estão? Nós estamos radiantes, felizes, saltando em um, dois e três pés; pois estamos lançando em Porto Alegre a nossa produção em rebeldia – da bloga ao livro. É a nossa filhota e 1º livro do grupo mulheres rebeldes.

O que? Lançamento do livro


Onde? Na Bamboletras. No centro comercial Nova Olaria - rua Lima e Silva, 776- loja 03


Quando? Na sexta-feira 14 de agosto - 19,00 horas



sexta-feira, 7 de agosto de 2009

11 de Agosto de 2009: DIA DE ACCION GLOBAL POR HONDURAS

A las hermanas y hermanos de todas las regiones de La Vía Campesina,
A las hermanas y hermanos de todos los movimientos sociales,
A todos los pueblos del mundo:

A más de un mes del golpe militar en Honduras y a 38 días de una incansable lucha de millares de campesinos, mujeres, indígenas, maestros, estudiantes, sindicalistas, profesionistas y gente sencilla de las ciudades y del campo, para revertirlo y restaurar la democracia y la dignidad, la represión de los golpistas no ha mellado el espíritu de lucha del heroico pueblo hondureño.
Esta lucha ha entrado ahora en una fase crucial por lo que el movimiento campesino hondureño y el Frente Nacional de Resistencia Contra el Golpe de Estado, han convocado a los movimientos sociales, sindicales y democráticos, a una Marcha Nacional que se inicia este día 5 de agosto y culminará el 11 de agosto en Tegucigalpa y San Pedro Sula.
En apoyo a esta Marcha Nacional y a nuestras hermanas y hermanos campesinos y a todo el pueblo hondureño, La Vía Campesina les hace un llamado a un Día de Acción Global por Honduras, el 11 de agosto de este año, para desplegar la solidaridad más amplia llevando a cabo movilizaciones, actos políticos y culturales, acciones de presión y cabildeo y cualquier actividad posible que ayude al avance de la lucha popular hondureña en la derrota del golpe militar.
Les solicitamos que nos informen a la menor brevedad posible de sus planes de acción y trabajo del Día de Acción Global de Honduras.

¡GLOBALICEMOS LA LUCHA, GLOBALICEMOS LA ESPERANZA!

Henry Saragih, coordinador general de la Vía Campesina
Escribir a Vía Campesina Honduras:

terça-feira, 4 de agosto de 2009

Feminicidio: el significado de la “impunidad”

Mariana Berlanga
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La historia comenzó a narrarse hace quince años en Ciudad Juárez, Chihuahua. En 1993, para ser precisas. Fue el hallazgo de uno, dos, tres cadáveres femeninos sembrados en lugares públicos; cuerpos muertos de mujeres en los que se exhibía una violencia a la que resultaba difícil ponerle nombre. Fueron las voces de mujeres que se unieron para expresar su indignación. Fueron las madres de las jóvenes asesinadas y desaparecidas, quienes comenzaron a dar cuenta de esa realidad tan estrujante. Fue la certeza de que la vida de muchas de nosotras estaba en peligro.
Diez años después, ya se había organizado una campaña conformada por organizaciones de la sociedad civil, para denunciar dichos crímenes. Estamos hablando del año 2003. El escándalo traspasó las fronteras del territorio mexicano. Distintos organismos dedicados a velar por los derechos humanos (civiles y estatales) se pronunciaron al respecto. Incluso, otros gobiernos lo hicieron. El Estado mexicano, representado en el Ejecutivo, así como en las instancias encargadas de procurar la justicia, comenzó a expresar sus dudas acerca de la magnitud del problema. Que si no eran 300 sino 150 las mujeres asesinadas. Que si no se trataba de “feminicidios” sino de “violencia intrafamiliar”. Que si la mayoría de los crímenes se había resuelto. La política de minimización del problema ya era clara para entonces.

Llegamos al año 2009. A pesar de las protestas ciudadanas y de la presión ejercida a nivel internacional, la realidad es que las mujeres siguen siendo brutalmente asesinadas. Y no sólo en Ciudad Juárez, Chihuahua, también en otros estados de la República : el Estado de México, Chiapas, Guerrero, Veracruz, por mencionar sólo algunos[1]. Pero el fenómeno no se limita a México. En otros países de nuestra región también se registran muertes violentas de mujeres: Guatemala, Honduras, Argentina, por mencionar algunos.

¿Por qué no ha sido detenida esta ola de asesinatos?, es la principal pregunta que nos hacemos las feministas y las mujeres en general; ya sea desde la movilización social, el periodismo, las ciencias sociales, o el Derecho. Y si hay alguna respuesta en la que coincidimos todas: abogadas, periodistas, activistas de los derechos humanos, mexicanas y latinoamericanas, es aquella que encuentra una explicación en la “impunidad” característica de nuestros países.

Si recordamos la primera definición que daba Marcela Lagarde al inaugurar el término feminicidio (que en inglés era femicide), veremos que la noción de impunidad ya jugaba un papel central para explicar este fenómeno. Lagarde definió al feminicidio como:
“El conjunto de delitos de lesa humanidad que contienen los crímenes, los secuestros y las desapariciones de niñas y mujeres en un cuadro de colapso institucional. Se trata de una fractura del Estado de derecho que favorece la impunidad. Por eso el feminicidio es un crimen de Estado (…)
“El feminicidio sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales agresivas y hostiles que atentan contra la integridad, el desarrollo, la salud, las libertades y la vida de las mujeres”.[2]
Desde entonces hasta ahora, tenemos la certeza de que esta violencia ejercida en contra de las mujeres no tendría lugar si no fuera por la llamada impunidad, así como no tendría lugar la violencia “en general” que ahora se registra en México y en varios países de América Latina. Simplemente, el sábado 1 de agosto, el periódico El Universal daba cuenta de que en tan solo siete meses, hubo alrededor de 4 mil ejecutados en territorio mexicano por ajustes de cuentas entre el crimen organizado.[3] No hay que perder de vista que actualmente, la violencia en contra de las mujeres se inscribe en un contexto más amplio, que es el sistema capitalista – neoliberal en América Latina, el cual promueve y reproduce una cultura de la violencia.

En lo que concierne específicamente al feminicidio, pareciera que cuando decimos impunidad, todas estamos entendiendo lo mismo. Pareciera que la frase: “El feminicidio es un crimen de Estado” resulta lo suficientemente clara. Sin embargo, la realidad demuestra que no es así. Nos ha sucedido, en no pocas ocasiones, que mientras responsabilizamos al Estado del asesinato y la desaparición de cientos de mujeres, al mismo tiempo, recurrimos a él para pedirle justicia. Nos ha sucedido, que mientras afirmamos que las autoridades son las responsables de obstaculizar la justicia, pensamos que solamente una nueva Ley podrá resolver el problema. Nos ha sucedido, que mientras acusamos a los distintos gobiernos de proteger a los asesinos, reconocemos sólo las cifras que éstos nos proporcionan en relación al número de mujeres asesinadas.

Pero si en 15 años no tenemos ni siquiera una pista de quiénes son los asesinos de más de 500 mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, y más de 3500 en Guatemala, por poner un ejemplo de ciudad y otro de país, es precisamente, porque en América Latina el feminicidio en un crimen de Estado. Luego entonces, resulta necesario dimensionar lo que eso significa.

Lucía Melgar y Marisa Belausteguigoitia han definido así la noción de impunidad en relación al feminicidio:
“La impunidad implica que el Estado es corresponsable de la violencia que destruye la vida de las mujeres, en tanto que no cumple con su obligación de proteger los derechos de los ciudadanos, así como de investigar y castigar los crímenes. Esta impunidad, generalizada en el sistema judicial mexicano, es aún más grave en este caso, pues se dejan impunes graves violaciones a los derechos humanos. De ahí que pueda hablarse de “crímenes de Estado”, como señala Lagarde (2005), e incluso de “posibles crímenes de lesa humanidad”, como ha sugerido Castresana, quien además de formar parte del grupo de expertos de Naciones Unidas que elaboró un extenso informe sobre feminicidio en Ciudad Juárez, ha seguido reflexionando sobre sus implicaciones jurídicas (Castresana, 2005; Naciones Unidas, 2003)”[4].
Es cierto, el feminicidio es un crimen de Estado precisamente porque es él quien obstaculiza la justicia para las mujeres. Pero debe quedar claro que cuando hablamos de impunidad no estamos hablando nada más de omisión, de aquello que el Estado no hace para contrarrestar este fenómeno. Cuando hablamos de impunidad, pero sobre todo, cuando afirmamos que el feminicidio es un crimen de Estado, estamos diciendo que éste realiza una acción directa: ya sea en la obstaculización de la justicia, o en las actitudes de discriminación hacia los casos de mujeres asesinadas. Pero la acción va más allá: en la desaparición de pruebas, en la manipulación de datos, en el sesgo que toman sus propias investigaciones. Así lo han apuntado las madres y familiares de varias de las víctimas del feminicidio.

El cuestionamiento sobre lo que entendemos por “impune”, por lo tanto, se torna indispensable: ¿Qué significa impunidad? ¿Cuál es la resonancia de dicha palabra en nuestras sociedades? ¿Cuál tendría que ser la estrategia de las mujeres a sabiendas de que la llamada impunidad, no es parte del problema, sino el problema mismo?

En su definición más elemental, impunidad quiere decir: falta de castigo. Sin embargo, la impunidad tiene sus matices. No es lo mismo decir que los asesinatos de mujeres no se castigan por incompetencia de las autoridades, que afirmar que existe una clara voluntad política por proteger a quienes cometen dichos crímenes. En ambos casos, estaríamos hablando de falta de castigo. Pero lo que en realidad debiera preocuparnos es: ¿Por qué? ¿Cuál es la razón fundamental por la que estos crímenes no son castigados?
Estoy convencida de que en el tipo de sociedad en el que vivimos, pensar que tendría que hacerse justicia con respecto a los asesinatos de mujeres ocurridos durante los últimos 15 años constituye una trampa. Desde mi punto de vista, hablar de feminicidio es hablar de una guerra y desde esa perspectiva, pedirle justicia al enemigo resultaría ilógico. Afirmar que el feminicidio es una guerra en contra de las mujeres no implica radicalizar el término, sino describir una realidad de modo que quede implícita también su contraparte; en este caso, la estrategia o las estrategias para resistir o contrarrestar dicha guerra. De hecho, toda sociedad patriarcal conlleva una guerra en contra de las mujeres. Así lo explica la filósofa mexicana Graciela Hierro:
“El patriarcado es una estructura de violencia que se institucionaliza en la familia, se refuerza en la sociedad civil y se legitima en el Estado. Bajo este sistema no se da el entendimiento, ni la aceptación profunda de las mujeres como personas, tampoco como ciudadanas autónomas sujetas de derecho”[5].

La guerra que se da justo a finales del siglo XX y principios del XXI, en América Latina, se debe a que el propio sistema ha propiciado un cambio de roles de género, mismo que busca volver a ordenar: para ello declara la guerra. Por eso es que las mujeres solas, jóvenes, pobres, migrantes, trabajadoras, madres solteras, indígenas, etc., se convierten en el principal blanco de esta guerra. No solamente porque son las más vulnerables, sino porque son ellas quienes encarnan más que ninguna otra esas transformaciones.

Siguiendo la lógica de Graciela Hierro, esta guerra se explicaría así:
“El poder patriarcal se mantiene y perpetua por medio de la violencia de género a la que venimos haciendo referencia, y su finalidad es conservar la autoridad y el control del colectivo femenino con base en diversos mecanismos que nos son familiares, desde la división del trabajo y la doble jornada, hasta la violencia física y la muerte”.

Los asesinatos de mujeres, por lo tanto, constituyen un ejercicio de poder desde el poder mismo, cuya única finalidad es asegurar la reproducción del sistema. En ese sentido, este fenómeno que ha llamado la atención de la prensa nacional e internacional y de los distintos organismos de derechos humanos en la última década, puede ser leído como una guerra que despliega el sistema patriarcal – capitalista (ahora en su fase neoliberal) en contra de las mujeres. Guerra como sinónimo de dominación, de imposición de formas, de apropiación de territorios.

Si el feminicidio constituye una guerra en contra de las mujeres, nuestras energías deberían estar enfocadas, no solamente a resistir esa guerra, sino a inaugurar relaciones menos desiguales, a crear redes de protección entre nosotras, que a su vez constituyan una alternativa de convivencia en nuestras sociedades; pero sobre todo, a evitar que un fenómeno de esta naturaleza (que atente en contra de cualquier grupo humano) se repita.
Si leemos al feminicidio como una guerra contra nosotras, la discusión en relación a si se trata de asesinatos que suceden el orden público o en el ámbito privado (discusión que por cierto, ha empantanado mucho la comprensión del fenómeno) no tendría lugar. Porque ni los asesinatos que parecen provenir de bandas especializadas, ni los que suceden al interior de los hogares por parte del marido, ex marido, etc., han sido esclarecidos, mucho menos, castigados. Podemos hablar aquí de una cultura de la violencia, pero dicha cultura no se da de manera “natural” ni sale de la “nada”. Se conforma a partir de mensajes, narrativas y discursos que se esgrimen “desde arriba” y que inciden en el imaginario social. El mensaje en el caso de los feminicidios es muy claro: “que la vida de las mujeres no vale nada”, “que asesinar a una mujer no tiene consecuencia alguna”, por lo tanto, se trata de un mensaje que se produce y se reproduce hasta que se “normaliza” y se instala en el imaginario de una sociedad que castiga a las mujeres por no cumplir con el “deber ser”. En ese sentido, la llamada impunidad juega un papel protagónico, como lo ha señalado Clemencia Correa:
“La perpetración de los crímenes de Estado sólo ha sido posible con la implantación de la impunidad; las instancias de procuración y administración de justicia han estado al servicio de los intereses políticos y económicos del poder dominante. No es nada casual que en la mayoría de nuestros países se creen técnicas y procedimientos judiciales para trastocar la justicia[6], como en el caso de San Salvador Atenco en México[7]. Esto ha permitido asegurar la criminalización del Estado, la protección de los victimarios, la evasión de responsabilidades institucionales, en última instancia, la imposición de una ideología donde la mentira institucional tiende a convertirse en una verdad social”[8].

En palabras de Hanna Arendt:
“La práctica de la violencia, como toda acción, cambia al mundo, pero lo más probable es que este cambio traiga consigo un mundo más violento”.
El simple hecho de clarificar lo que estamos entendiendo por impunidad, significa pensar en estrategias distintas para contrarrestar un fenómeno tan complejo como el feminicidio. Estas estrategias podrían comenzar a pensarse desde la solidaridad y la resistencia de las mujeres, más que apostarle a que la solución se dé “desde arriba”, es decir, desde las instituciones o las instancias encargadas de “procurar la justicia”, en sociedades en donde esta es cada vez es más inaccesible para la mayoría de los seres humanos que las conforman.

La reflexión de lo que significa impunidad en el caso de los llamados feminicidios, nos lleva a su vez a un cuestionamiento pendiente sobre la relación entre las mujeres y la llamada justicia.
A propósito de la violencia sexual registrada en España durante los últimos años, Elena Larrauri dice que: “una característica del feminismo oficial es su plena confianza en el derecho penal. Así se ha caracterizado no sólo por exigir una elevación de penas sino también por defender un recurso indubitado al sistema penal”[9].
Más adelante agrega:
“(…) cuando se crea y se pretende aplicar un delito es necesario individualizar el comportamiento y el sujeto; este proceso es contrario a las perspectivas feministas, las cuales apuntan a la responsabilidad del contexto social en el mantenimiento del soporte que permite el concreto acto de violencia; por eso, en definitiva, cuando se interpone el derecho penal, éste redefine el problema en los términos impuestos por el sistema penal”[10].
Si de feminismo hablamos, hay que recordar que desde los años 70s, las feministas de la diferencia vienen cuestionando las relación de las mujeres con la ley, porque para empezar esta parte de una supuesta igualdad que nos nulifica a las mujeres. Decía Lia Cigarini:
“Llegamos a la conclusión de que el problema de raíz es, para todas, el mismo: estamos inscritas a trozos en el ordenamiento jurídico. Y podemos ser tuteladas por la ley y usarla sólo en esa parte que considera que nuestros intereses coinciden con los de los hombres. Donde, en cambio, se abre un conflicto entre hombre y mujer, en la familia o en el trabajo, por ejemplo, percibimos inmediatamente que se trataba de tutela y además inadecuada, a pesar de los varios ajustes. La razón es sencilla: el ordenamiento jurídico existente no prevé el conflicto entre los sexos y, por tanto, no los regula”[11].

Este tipo de reflexiones deben leerse a la luz del feminicidio, pues sin duda, nos darán muchas respuestas en relación a por qué a las mujeres no se nos hace justicia. En ese sentido, rescato el análisis reciente de Francesca Gargallo, en el que afirma que:
“En nuestras casas, en los buses, en el trabajo, en la escuela, en la universidad, en la fábrica, en la finca, en los campos deportivos, en los centros de esparcimiento, cuando salimos a la calle, al mercado, o cuando vamos a la siembra, las mujeres experimentamos violencias sistemáticas, solapadas o invisibilizadas por las leyes y sus custodios/as, que nos confirman una ciudadanía no plena, y por lo tanto la necesidad de desconfiar de la universalidad de las leyes que se sostienen sobre la universalidad de la ciudadanía. Se trata de un aparato jurídico a la medida de los mismos hombres que ejercen su supremacía sobre los cuerpos de las mujeres de generación en generación, para recluirlas en su rol de género e imponerle un comportamiento de sumisión y obediencia que satisface sus intereses, y a través de ellas, para controlar toda la jerarquía de ciudadanos que no alcanzan la igualdad y la libertad propias de la ciudadanía”[12].

La idea de traer aquí todos estos cuestionamientos en relación a la vía jurídica no tiene como intención soslayar el trabajo y el esfuerzo que han realizado muchas mujeres en relación al feminicidio. No hay que olvidar que como parte de este trabajo, se han logrado leyes específicas que buscan castigar acciones misóginas, y que abarcan distintos grados de la violencia ejercida en contra de las mujeres. No debemos soslayar el hecho de que estas leyes, en sí mismas, representan un avance significativo en nuestros países[13].

Sin embargo, mi propuesta tiene que ver más con la idea de comenzar a desmontar la cultura de la violencia desde la cotidianidad, desde las relaciones que entablamos todos los días con otras mujeres, desde las prácticas solidarias y el apoyo mutuo. Desmontar la cultura patriarcal existente o inaugurar otro orden simbólico desde nuestros cuerpos sexuados tendría que ser la apuesta, como ya lo señalaron Lía Cigarini, Luce Irigaray, por mencionar sólo a algunas de las feministas de la diferencia. La apuesta no es sencilla, si se considera todo lo que conlleva la cultura misma. Partiendo de la definición de Gilberto Gimenez:
“La cultura es una “jerarquía estratificada de estructuras significativas”; consiste en acciones, símbolos y signos, en “espasmos, guiños, falsos guiños, parodias”, así como en enunciados, conversaciones y soliloquios. Al analizar la cultura, nos abocamos a la tarea de descifrar capas de significado, de describir y redescribir acciones y expresiones ya significativas para los individuos mismos que las producen, perciben e interpelan en el curso de sus vidas diarias”[14].

Revertir una cultura de la violencia, a partir de la definición de Giménez, se antoja una tarea difícil, si consideramos precisamente, que la cultura se inscribe en las acciones y en el lenguaje, en las expresiones cotidianas, en los códigos no escritos, en el acontecer diario y en las relaciones de los individuos que conforman un grupo social. Por lo tanto, también habría que preguntarnos: ¿Podríamos las mujeres implementar una estrategia para contrarrestar la cultura de la violencia prevaleciente en nuestras sociedades? ¿Puede ser el feminicidio una situación límite que nos empuje a dejar el estatus de víctimas para convertirnos en un agente transformador? ¿Podemos salirnos de la lógica de la llamada Justicia, de la que siempre hemos estado excluidas, para inventar otro tipo de sociedad?

[1] Ver: Investigación sobre Violencia Feminicida en 10 Entidades Federativas: Informe General. Elaborado por el Comité Científico integrado por Norma Blázquez Graf, Olga Bustos Romero, Martha Patricia Castañeda Salgado, Teresita de Barbieri García, Gabriela Delgado Ballesteros, Patricia Duarte Sánchez, Paz López Barajas, Andrea Medina Rosas y Patricia Balladares de la Cruz. Dirección : Marcela Lagarde y de los Ríos. Comisión Especial para Conocer y Dar Seguimiento a las Investigaciones Relacionadas con los Feminicidios en la República Mexicana y a la Procuración de Justicia Vinculada. LIX Legislatura, Cámara de Diputados. México, DF. 2006.

[2] Lagarde, Marcela. “El feminicidio, delito contra la humanidad”. En: Feminicidio, justicia y derecho. Editorlas. Comisión Especial para Conocer y Dar Seguimiento a las Investigaciones Relacionadas con los Feminicidios en
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