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segunda-feira, 19 de outubro de 2009

Un labrys, un hombro


marian pessah


http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1039-2009-10-17.html

aqui la columna del Soy del viernes 16, q es la continuación de la anterior.

Estábamos en el baño del Bar de Manu. Ella había girado sobre su torso y comenzaba a bajarse despacito la manga de su blusa. Su hombro iba apareciendo cual sol, en momentos en que el viento dispersa las nubes. Fue ahí cuando me deparé con un bello labrys. Era como una aparición, o… viste en el cine, cuando la claridad de los azulejos blancos se va apagando para concentrarse en la muchacha? Su hombro, su labrys, su fuerza, sensualidad. Emociones varias me hacían temblar.
Es que yo nunca había visto a Silvia así. Ni lo esperaba, aunque lo deseaba como a la eternidad.
En realidad, uno de los días que nos habíamos encontrado en una reunión, hacía mucho calor; ella estaba con un vestido al que se le había caído una de las mangas, y ahí fue cuando conocí su imponente sensualidad. Alguien le dijo que se le había desprendido un botón y señaló su pecho. Ella, sin importarse mucho, hizo como que se reacomodaba la ropa. Nos cruzamos las miradas, fue casi un shock eléctrico en mi sexo. Yo estaba sentada bien de frente y mis ojos se irían instalando en su cuerpo. Ese botón desprendido fue como un tobogán para mi imaginación. Momentos después, estaría sumergidísima en su piel. El viaje comenzó dentro de su ropa y fui adentrándome entre sus pechos. Se sentían maravillosos, no eran ni muy grandes, ni muy pequeños, el tamaño justo para ella. Una mujer llena de curvas, arredondada y sonriente.
La vida continuaba ahí afuera, recuerdo que en un momento, mi amiga Ana me preguntó dónde quedaba el lugar al que iríamos más tarde. ¿Más tarde? ¿Lugar? Ni idea de qué me hablaba. Yo me encontraba absorta en mi imaginación y comenzaba a sentirme húmeda. Me sonrojé. Estaba siendo descubierta en una situación íntima.

Ahora estábamos solas, en el baño, y ella se bajaba la manga de la blusa para mí. El pretexto era mostrarme su tatuaje. No pude contenerme y pasé la mano por su labrys. Precioso trabajo, exclamé. Giró nuevamente sobre su torso, y mirándome a los ojos, me preguntó si me gustaba. Hice una cara pensativa, mientras buscaba las palabras que no encontraba. Hasta que se me escapó un filoso.

Y sí, un hacha de doble filo suele tener esas cualidades. Horribles los momentos de tensión, en los que a una no le salen las palabras que desearía.
Soplaban vientos amazónicos, la puerta del baño se abría de golpe, una mujer entraba.

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