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quinta-feira, 10 de setembro de 2009

Melissa, mi mamá



Yo la llamaba mami. Pero entonces era una niña, ahora la pienso como mamá, tengo 43 años, recién cumplidos. Me cuesta recordarla por encima de los recuerdos de otras personas que evocan todo en ella que es contrario a mí: era blanca, delgada, con ojos claros, lindísima. Era dulce, simpática, amorosa y tierna. Cuando me hablan de mi mamá, casi todos lo hacen señalando lo mucho que no me parezco a ella. Y seguro así es. Entonces trato de recorrer una ruta que me lleve a una mujer que me puso en este mundo y que debió haber dejado marcas en alguna parte de mí, digo yo. A veces veo en el espejo y en mi imagen, un rastro de su boca y de la redondez del rostro. Otras, me parece oírla en mi risa. Pero no sé, no estoy segura. Tuvimos poco tiempo para hablar, yo era pequeña y ella moría. Su enfermedad fue demasiado larga y dolorosa al final, de tal modo que los recuerdos se pegan a una sola plantilla de olores químicos y asistencia de emergencia en medio de la noche. Pero la busco con insistencia, en momentos de desesperación cuando otras llaman a seres divinos; cuando estoy feliz y pienso que pensaría y cómo sería feliz como lo son las mamás, casi siempre, cuando la dicha rodea a sus hijas. Cuando tengo dudas y me siento culpable y perdida y creo que estaría desdichada con mis decisiones y creo que mejor que no esté para no cargarla con ansiedades y decepciones.
Así la vivo, lejana y cerca, hasta para sentir culpa y ternura. En las fotos donde no estoy y ella sonríe al fotógrafo, en la letra perfecta de sus cuadernos de poesía, que ella como yo amamos. En las historias de mi hermano que se acuerda de cosas de antes del cáncer. Recuerdos que envidio y que no tengo.
Hoy fui a buscarla al cementerio general de Siguatepeque. Hoy se cumplen 30 años de su muerte, hace ese tiempo que la dejamos ahí sobre la tierra de este pueblo querido, era un día triste y claro, lloviznaba un poco y hubo un arcoíris. El golpe del ataúd al cerrarse por última vez en una despedida interminable, aún me resuena, así como la imagen de su rostro pálido dentro. Hoy, el jardín natural del cementerio la llenó de flores, amarillas y blancas, púrpuras y moraditas. Eso que aquí la gente llama monte y persigue con machete. Habían unas vainas delgaditas que traqueaban a medida que crecía el sol. Ahí le llevé unas rosas de colores porque las rosas le gustan a mi abuela, también. Y puse gajos de naranja para las abejas que abundaban en el jardín de hoy, lleno de mariposas y de abejorros esmeralda.
Ahí encontré a mi mamá otra vez, de este modo que he tenido que crear para que no se vaya para siempre. Le mandó a decir a mi papá que lo amaba todavía y que desearía que no estuviera tan triste, lo sé porque apareció este mensaje claro en mi cabeza, y me acordé, realmente recordé cuando me decía: decile a tu papá….


Melissa Cardoza, Siguatepeque. 090909

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