para la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, por Claudia Korol
Ella calló lo que sabía.
Él no se entregó. Corrió por los techos de su casa hasta que una bala lo alcanzó.
Ella abrió las puertas de su casa, y refugió a una joven perseguida.
Él escribió con un carbón en las paredes, el nombre de la libertad.
Ella dio vueltas por la Plaza, desafiando al miedo.
Él dejó un volante contra la dictadura, en el baño de la fábrica. Dejó otro. Dejó otro. Un día no lo dejaron entrar a la fábrica. Comenzó a dejar los volantes en el baño del bar.
Ella creció sin su mamá y su papá, y sigue creciendo todos los días. Vive, con sus muertos.
Él dio clases en la cárcel a sus compañeros de historia y geografía. El maestro aprendió a leer y a escribir entre esos muros.
Ella envió desde el exilio cartas que informaban los pocos datos que llegaban desde su país. Miles de cartas fueron su manera de denunciar, y de rehacer el lazo con el país que no la dejaba volver.
Él enfrentó a la partida de la ESMA con su revólver y unas pocas balas. Cayó desplomado en una esquina con unas pocas palabras repetidas hasta el final: el nombre de sus hijas.
Ella cantó en la cárcel, para vencer el dolor y el miedo. Cantó en un coro de compañeras presas pero libres, doloridas pero felices, mientras las golpeaban para callarlas.
Él salió a la calle en las primeras marchas, y gritó contra el espanto: abajo la dictadura.
Ella lo esperó, lo buscó, lo esperó, lo buscó, y lo sigue esperando
Él hizo poemas para mantener los sueños encendidos.
Ella sobrevivió. Él sobrevivió. Y siguen resistiendo.
Hoy llegarán multiplicados por miles en la Plaza de Mayo, marchando por Memoria, Verdad y Justicia.
Claudia Korol. 24 de marzo del 2010
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